lunes, 3 de enero de 2011

Murió Zelarayán






















La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
los yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo....
y callo....
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.



La semana pasada nos enteramos que había muerto el poeta Ricardo Zelarayán. Conocí a Zelarayán por Fabián Casas, en una de esas notas en las que Casas recomienda enfáticamente a algún colega y casi nunca le pifia. Conseguí primero Lata Peinada que es un libro de prosa y algunas entrevistas. Más tarde encontré Ahora o Nunca, su poesía reunida. Un libro realmente impresionante. El poema La Gran Salina es una obra maestra de la literatura de todos los tiempos.
Se murió Zelarayán, misteriosamente, en silencio. Como vivió. No se sabía  su año de nacimiento, nunca se lo vió en una entrevista, se sabía poco de él, pero cómo escribía.  Se murió Zelarayán. Una lástima.

Hace años creía
que "después del almuerzo es otra cosa"...
es decir que las cosas son otras
después del almuerzo.
Este poema (llamémoslo así),
partido en dos por el almuerzo
y reanudado después, me contradice.
No comí postre.
!Siento la boca salada!
Pero no voy a insistir.
El domingo pasado,
en casa de un amigo poeta,
conocí a un
chileno novelista e izquierdista
que se fue a Pekín y que, posiblemente,
no vuelva a ver en mi
vida.
Tímidamente, entre cinco porteños y un chileno izquierdista,
metí una frase de Lautréamont
que como buen franchute es uruguayo
y si es uruguayo es entrerriano.
Una frase (salada) para terminar (o interrumpir) este poema:
"Toda el agua del
mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual" 


                                         Ricardo Zelarayán.

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