martes, 24 de agosto de 2010

Martes 4 pm, pensamientos dispersos.

Hace poco, en una conferencia de prensa en Cannes, Woody Allen expresó que la única forma de ser feliz es el autoengaño. Mentirse a uno mismo, no pensar en la muerte, ni en la injusticia del mundo, evitar lo que se conoce como la angustia existencial.
Ahora, si uno no se autoengaña, no se miente, no se aliena o se evade de la realidad,  lo único que aplaca esa angustia es el arte. Realizar arte, un hecho artístico, escribir, pintar, tocar mùsica, filmar una película como hace Mr. Allen trascienden esa angustia. La materializan.
Tener ganas de crear, de expresarse artísticamente y no realizarlo por miedo, ocupaciones, obligaciones o por el simple hecho de postergarlo no sólo no aplacan la angustia sino que generan malestar, hasta llevan a la enfermedad a veces.
Fabian Casas, el escritor, decía hace poco en una charla que presencié en el Malba que existen diferencias entre ser virtuoso y tener el don a la hora de realizar una labor artística. La virtud, dice Casas,  se entrena, se ejercita, se mejora o no con la práctica, con el ejercicio. Uno puede llegar a ser virtuoso algún día.
El don es distinto, es mágico, es algo que se recibe sin saber por qué, pero que algunos elegidos tienen, nacen con él, son concientes de que lo poseen, y en cada realización artística lo dejan ver. El don de crear también exige una responsabilidad, la de realizar, hacer uso de ese don. Su no uso, el no ejercicio de ese don enferma, genera dolor, se vuelve en contra. El que tiene un don y no lo materializa en arte termina lastimado por  ese don y por la soberbia de desechar lo que  la divina providencia ha otorgado.

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