domingo, 10 de mayo de 2009

Apuestas





Me gusta el casino. La ruleta. Ludopatía: incontrolable necesidad de jugar. Voy todos los días, todos. Y juego, mucho, incansablemente. Siempre al mismo número. Negro el 31, tercera columna, tercera docena. Hace muchos años que concurro al casino, elijo una mesa, la más tranquila por lo general, cambio fichas, quinientos seiscientos pesos y juego todos los pases al mismo número, negro el 31. Al principio salía de vez en cuando, después mas espaciado y últimamente no sale casi nunca, nunca. Casi siempre pierdo todo lo que llevo.
Algunos días empiezo a jugar, sale el 31 una vez, sigo jugando, siempre al mismo número, a las diez bolas vuelve a salir, para retirarse, desaparecer del paño y no aparecer más en toda la noche hasta que me deja seco, sin aliento. De vez en cuando pasa algún mozo a retirar la copa vacía que estaba tomando y me dice al oído para que no lo escuchen: hombre, apueste a otro número, no ve que no le da nada este, cambie, apueste en otro lado, cambie de mesa, elija otro número, otro juego. Pero nada, sigo igual, siempre al 31. A veces llegué a pensar que los empleados de las mesas me tenían bronca, me lo hacían a propósito, algunos croupieres te miran raro, te echan la mufa. Otra vez hice analizar el cilindro de la ruleta que estaba jugando para constatar que girara correctamente. Casi me echan a las patadas y no me dejan entrar nunca más. Me acerco a la barra del bar y el empleado, casi con lastima me pregunta si no me gustan los dados, o las tragamonedas. Voy al baño a refrescarme un poco y los muchachos que limpian no me aceptan la propina.
Las veo rodar, esféricas, blancas, casi grises, cuando agarran velocidad, pican en el 9, en el 14, saltan por encima, pero casi nunca se detiene en el 31, negro el 31. Suerte de mierda.
Divida la apuesta me dijeron, siga con su número pero con menos, abra el juego, ponga unas fichas donde le pueda dar frutos o aunque sea cubrir la apuesta.
Hasta hoy no le hacía caso a nadie. Cuando me iba, bajando la escalera de la entrada, metí la mano en el bolsillo. Apenas unas monedas. La miseria se pasea, la angustia diaria de perder, siempre las manos vacías. Va siendo hora de poner algunas fichas en otro casillero. O abandonar el juego. A ver si se puede ganar algo algún día.



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