jueves, 26 de febrero de 2009

HUMANOS QUE SE ODIAN I


Pocas veces existieron (y existirán) en el cine relaciones tan increíbles como la del director alemán Werner Herzog con su actor fetiche Klaus Kinski.
Tomando la licencia de usar la palabra relación para definir una historia única, épica, que incluye devoción, sumisión, peleas, odios viscerales e intentos de asesinato (anécdota, si se puede llamar anécdota, de la filmación de Fitzcarraldo). Todas estas circunstancias en el marco de selvas amazónicas, desiertos calcinantes e historias de personajes fuera de sus cabales.

Compartieron juntos, cinco películas:

Aguirre, la Ira de Dios (1972)
Woyzeck (1979)
Nosferatu (1979)
Fitzcarraldo (1982)
Cobra Verde (1988)


Para Herzog, Kinski es un paranoico, egomaníaco, e intolerante; pero la única persona con la “locura suficiente” para protagonizar sus películas.

Para Kinski, Herzog es un director-dictador filonazi, mediocre, infame, sin ningún talento, con la única capacidad de saber explotar a sus actores al máximo.

Se odiaban, se insultaban, se peleaban, se agredían, pero habían inventado una fórmula basada en una extraña química que lograba unos filmes geniales. Y por ende, se necesitaban. Uno no era casi nada sin el otro.

Sobre todo en “Aguirre” y en “Fitzcarraldo” rodadas en la selva en parajes salvajes, lugares inhóspitos, sumado a las ideas de Herzog de filmar escenas casi de forma real a como sucedieron en la época de la conquista, como la escena del barco en la ladera de la montaña en “Fitzcarraldo”, hicieron que la relación entre ambos fuera insoportable.

Entre las anécdotas, aparece como la más destacada aquella en que el director, temiendo que Kinski abandonara el rodaje cerca de su finalización, dejando trunco el proyecto, lo amenazó de muerte. Los periodistas dirían luego que Herzog dirigió a punta de pistola.

En “Fitzcarraldo”, los aborígenes ofrecieron matar a Kinski, pero, al mismo tiempo, decían que le temían más a Herzog, porque él era el que no hablaba y se mantenía como si nada ante de la demencia de su protagonista. Temían, esencialmente, qué era lo que estaba procesando por dentro.de Kinski sabían qué esperar, pero de él no.

La compleja (y fascinante) relación creativa entre Herzog y Kinski, llevó al director a realizar en 1999 el documental Mein Liebster Feind (Mi querido enemigo), donde se explican multitud de situaciones, algunas de ellas verdaderamente impresionantes.







Kinski declaraba que despreciaba a Herzog por encima de todas las cosas, y que lo consideraba desprovisto del más mínimo talento, pero es evidente que se necesitaban. Herzog aprendió a soportar la personalidad egomaníaca del actor, y éste hubo de reparar en que ningún otro director extraería de él las cosas que Herzog le exigía.

Una anécdota para conocer más el espíritu de Herzog: Fitzcarraldo cuenta la historia de un desvariado personaje que quiere crear una vía comercial para los barcos que recorren el Amazonas remolcándolos a través de una montaña. Para mostrar esto, Herzog no recurrió a ningún efecto especial. Simplemente, remolcó, a costa de algunas poco valiosas vidas de ayudantes indígenas, un barco a través de una montaña y lo filmó, convirtiéndose él mismo en un verdadero Fitzcarraldo.

La recomendación final sería repasar en orden cronológico la filmografía conjunta de estos dos personajes. E ir tratando de adivinar, gracias a los diversos gestos y encuadres, situaciones que podrían haber sucedido en los sets. Y cerrar con el imperdible documental que, paradójicamente, finaliza con un largo y reposado primer plano de Kinski jugueteando con una mariposa. Toma de una calidez que sólo podría haberle arrancado Federico Fellini a Giuletta Massina; y que Herzog rescata luego de introducirnos en su volcánica relación a la manera de un forzoso Happy End o a la manera que ellos sólo se entendían: una contradictoria mezcla de amor y odio.


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