miércoles, 16 de septiembre de 2009

Mil puentes




Algunos días salgo a caminar, un poco por prescripción médica y otro poco porque me hace bien, me energiza, me ayuda a pensar y a despejar la cabeza un poco. Camino unos cuatro o cinco kilómetros por los bosques de Palermo o por el parque Saavedra, según para que lado tenga ganas de arrancar. Ir al parque Saavedra está bueno pero tengo que atravesar varias calles muy transitadas, con mucho autos y colectivos que no me permiten escuchar bien la música de mi iPod. El bosque y los lagos de Palermo, toda la zona que rodea el campo de golf, es mucho más pacífica, mas silenciosa, más natural, mas reconfortante a la vista pero me queda bastante más alejada que la de Saavedra. Si los días están muy lindos, bien celestes, no hace mucho frío y tengo tiempo de sobra, encaro para ese lado. Para entrar en el área de los bosques y lagos tengo que cruzar la vía del ferrocarril Mitre que por lo general realizo por el puente peatonal que está al final de la calle Virrey del Pino. El puente es bastante alto y empinado y a la ida lo subo, lo subimos todos los que vamos para ese lado, que por lo general, salvo algunos chicos del barrio que vuelven o van hacia la escuela, es utilizado para ir a hacer actividad física e ingresar en el espacio verde porteño sobre todo por las mañanas bien temprano. La subida del puente se realiza en forma rápida, de a uno o de a dos escalones a la vez, a buen ritmo sin utilizar los descansos ni las barandas, todos vamos frescos, bien dispuestos y sobre todo con aire en los pulmones y azúcar en los músculos. La mayoría de las personas que realizan actividad física por la mañana son enfermos cardíacos en recuperación, obesos o ex obesos, ex fumadores y personas de la tercera edad que necesitan sentirse vitales. Por la tarde noche el espacio es para los flacos, los deportistas que preparan maratones o base aeróbica para algún otro deporte y utilizan las calles del circuito como pista de entrenamiento.
Este análisis sociológico berreta de las personas que concurrimos a los lagos a caminar y hacer gimnasia, se me ocurrió el otro día, regresando por el puente sobre la vía, después de caminar cinco kilómetros alrededor del lago y el campo de golf municipal. Subíamos el puente, éramos tres o cuatro, gordos, ancianos, cardíacos, masculinos y femeninas. Del otro venían presurosos los que iban para iniciar su actividad. La imagen me resultó simpática, casi trágica. Las piernas pesadas, los músculos duros, el poco aire en los pulmones de los que tratábamos de emprender el regreso, hacía que utilizáramos las barandas como sogas para trepar de un precipicio, los descansos como oasis en un desierto interminable, el aire que flotaba como si fuera el último disponible sobre la atmósfera. El puente se transforma a la vuelta en una tortura voluntaria. Me imaginé, como pasa en mi cabeza, a todos los demás sufriendo de antemano, cuando faltan pocas cuadras para el puente. Porque el puente peatonal sobre la vía del ferrocarril Mitre es, para los que sufrimos con su existencia, varios puentes, infinitos. Uno es el de la ida, que es amistoso, otro es el real, el de la vuelta, el que lastima, duele, hace sufrir, pero hay otros puentes que vamos construyendo en nuestra mente, cuando faltan quinientos, seiscientos metros para llegar al real y que se van multiplicando a medida que nos acercamos al que hay que subir, cada paso que vamos dando lo hace más alto, más empinado, desafiante, inalcanzable. La idea del puente, la representación simbólica de un simple puente peatonal sobre una vía sumado al recuerdo del recuerdo del esfuerzo que tuvimos que hacer para superarlo lo transforman en inmenso. Las representaciones imaginarias son por lo general construcciones imponentes. Los dolores, las alegrías, los malos y buenos momentos se potencian al procesarlos con la memoria. La memoria agiganta hacia los bordes los estados de ánimo, los ensancha, los distorsiona. ¿ A cuantas cosas como un simple puente de cien escalones las transformamos en rascacielos con ascensores descompuestos? ¿Cuantos momentos que guardamos en nuestra memoria como grandes felicidades son en realidad añoranzas de pequeñas vivencias que ya no volverán? La imagen de la imagen de la imagen. Espejos enfrentados, imágenes infinitas. El puente no es tan alto, sólo estoy un poco cansado.

No hay comentarios: