martes, 5 de abril de 2011

México sin poesía

Por Pablo Ordaz para ELPAIS.com/blogs



Hace unos días, siete jóvenes fueron torturados y asesinados cerca de la bella ciudad de Cuernavaca, a menos de cien kilómetros al sur del Distrito Federal. En principio, solo siete jóvenes más que unir a los 35.000 fallecidos violentamente en México desde que Felipe Calderón llegó a la presidencia de la República a finales de 2006 y declaró una guerra sin cuartel al crimen organizado. A esos 35.000 muertos, de los que 9.000 aún están sin identificar, hay que unir las más de 5.000 personas que, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, están desaparecidas. Muertos sin nombre, muertos sin justicia, muertos sin tumba ni memoria ni piedad porque muchos de ellos, además, son muertos sospechosos. No en vano el Gobierno de Calderón y sus intelectuales en nómina hicieron correr la especie –cada vez más cuestionada por la realidad—de que la inmensa mayoría de los caídos son sicarios asesinados por otros sicarios.
Pero resulta que los siete jóvenes torturados y asfixiados hace unos días muy cerca de la bella ciudad de Cuernavaca sí tenían nombre. Y uno de ellos, además, se llamaba Juan Francisco Sicilia, tenía 24 años, una sólida formación, y era hijo del poeta Javier Sicilia, quien recibió la brutal noticia en Filipinas. En el avión de regreso, escribió un poema dedicado a su hijo:

El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron adentro
Como te asfixiaron
Como te desgarraron a ti los pulmones
Y el dolor no se me aparta
Sólo queda un mundo
Por el silencio de los justos
Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo.

Al llegar a México, Javier Sicilia lo leyó en público, rodeado de amigos, en el zócalo de Cuernavaca. Luego, anunció: “Es mi último poema. No puedo escribir más poesía. La poesía ya no existe en mí”.
Dicen los que lo conocen que el poeta Javier Sicilia es un tipo extraordinario, que enseguida se percató de que su dolor –recogido por los medios gracias a su notoriedad pública— es también el dolor anónimo de miles de padres mexicanos que no solo tienen que llorar a sus hijos muertos, sino también velar por su honor y buscar una justicia improbable (el 98% de los delitos queda impune). Así que, haciendo de tripas corazón, el poeta ha hablado por todos: “Estamos cansados, muy dolidos. Cada muchacho que se está muriendo ya se está volviendo el hijo de cada uno de los seres de esta nación. El corazón de México está podrido por la violencia criminal…”.
El miércoles, a las cinco de la tarde, una manifestación recorrerá el centro de la ciudad de México desde la explanada de Bellas Artes hasta el Zócalo. Por Juan Francisco. Por sus seis compañeros de infortunio, por los 35.000 mexicanos que en cuatro años han perdido la vida violentamente, por los 5.000 que siguen desaparecidos y por los que día a día –en la violenta frontera norte pero también en ciudades tan bellas y hasta ahora tan pacíficas como Cuernavaca— pierden la vida inútilmente. Se acabó la poesía. Es hora de escuchar lo que Javier Sicilia tiene que decir en la prosa rota de su dolor: “Estamos destruyendo lo mejor de nuestra gente, de nuestros muchachos, los que tienen escasas posibilidades y son gentes de bien y los que no tienen oportunidades y están siendo carne de reclutamiento de los carteles”. Se acabó la poesía. Es hora de escuchar lo que Javier Sicilia tiene que proponerle a otros padres tan rotos como él: “Le pido a cada uno de los que han perdido un hijo que no ceje, que nos unamos con los grupos de solidaridad, con los amigos, con los que están luchando, para que esto no vuelva a suceder”.

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